lunes. 03.11.2025

Manuel Vicent, la luz hecha palabra

Sé que Manuel Vicent puede escribirse a sí mismo sin egolatrías; tanto es su talento. No sé con seguridad si Joaquín Sorolla, el maestro de la luz, gozaba del privilegio de pintarla toda, o si Vicente Blasco Ibáñez alcanzó la grandeza del éxtasis hollywoodiense, pero el escritor, con su pluma, alcanza cimas.

Sé que Manuel Vicent puede escribirse a sí mismo sin egolatrías; tanto es su talento. No sé con seguridad si Joaquín Sorolla, el maestro de la luz, gozaba del privilegio de pintarla toda, o si Vicente Blasco Ibáñez alcanzó la grandeza del éxtasis hollywoodiense, pero el escritor, con su pluma, alcanza cimas.

Lo que no sé con certeza es si Valencia goza de cohetería suficiente para igualar el entusiasmo fallero de mi amigo, hermano del alma, el inolvidable Pepe Asensi. Pero algo hay en el fuego que proyecta luz, y esa luz fue la la que nos iludió en el genio de doña Concha Piquer y de su hija, mitos de la copla y de los baúles. Hay una verdad que nos permite creer de verdad en España y cantarla sin complejos, en himno, en valenciano también, con voces inconmensurables, como las de Nino Bravo o Francisco. Hay Valencia, a la que quiero, tanto como a sus gentes.

He entendido a esa tierra a través de los demás: de Tétano, mi amigo Alejandro (quien no es pintor, sino manager internacional e hijo de Pepe Asensi, mi maestro del alma) y de su hermano Dani, algo también de Gemma, que son casi sobrinos para mí. Valencia me la han traducido Virginia Túnel y Cristián. He entendido tu tierra, Manuel, por los castillos de fuegos, por las playas inmensas, de horizontes infinitos en una cultura que se extiende hasta Egipto, Grecia o Roma, cimientos de la civilización, y que se renueva en las vanguardias. Una cultura que desborda en acantilados de prodigios civilizatorios. Pero solo he encontrado esa esencia resumida en tu decir incontenido. He varado en tus escritos.

Todos sabemos que hemos volado por el invento de Juan de la Cierva y Codorníu. Él ideó el autogiro, y desde entonces en el mundo damos vueltas verticales en busca del cielo, entendiendo por qué Manuel de Falla, gaditano de pro, se hizo valenciano de corazón y sintonía, para que el castellonense Francisco Tárrega revolucionase la guitarra. Todo ello, con el pensamiento inabarcable de Joan Fuster al fondo. Todos ellos fueron estrellas, un firmamento que pervive a través de los siglos y las mareas, de las inclemencias y de los bienestares, de los hechos que nos han hecho verdad, y nos han ayudado a entender, a ser.

Es admirable la manera en que has sabido capturar esas esencias. Tú, Vicent, que has escrito sobre las luces y las sombras de tu tierra, que nos has enseñado que "el artículo ideal es aquel que, tras su lectura, el lector cree que ha pensado".

Hay, Manuel Vicent, admirado maestro, si yo supiera elevar el articulismo a literatura, si yo conociese de lírica y de metáforas, si yo pudiese capturar y retratar esencias, construir imaginarios con paisajes físicos y emocionales, desde la orilla de Castellón o de Chapela, o desde Bertamiráns hasta el mundo de lo global. Si yo pudiera, desde la sensibilidad de las cañas y el barro, o desde la "saudade" y el "orballo", llegar al entendimiento de la inteligencia artificial. Si yo supiera cultivar campos de naranjos o camelias que floreciesen en los periódicos, melancolías y bellezas, sensualidades y colores que nadasen entre cíceros. Haría que las palabras oliesen a Valencia y a Galicia, iría de lo sencillo a los alcances de la genialidad en tonos azul, blanco, amarillo, verde o rosa.

Hay, maestro, si yo supiera tallar una columna con los estilos clásicos para homenajearte con la sencillez del trabajo con cincel al ritmo bailable de un apsadoble interpretado por una banda de música. Si alcanzase a discernir y logar hacer comprensible a los sencillos lo clásico y elevado, como tu consigues. Si yo supiera sugerir, evocar, emocionar, describir con pinceladas lentas, saboreables, casi como un arroz que se degusta entre lo cotidiano, tras elevar lo en paella a la condición de clásico contemporáneo de vanguardia. Pero he de conformarme con deglutir con placer tus palabras, que saben a naranja, huelen a limón y se saborean con su frescura de huerta próxima.

Hemos coincidido Mariluz Barreiros, entrañable amiga, en la inconmensurable valoración de tus escritos. Con ella, hija del gran don Eduardo, gallega de pro, he tenido en alguna ocasión lejana la oportunidad de conversar sobre la genialidad que habita en tus textos. Esa capacidad para que la prosa, como tú mismo has dicho, nos hace creer que nosotros mismos hemos pensado lo que tú has escrito. ¡País!, que diría Forges o don Jesús del Gran Poder, que para el caso es lo mismo.

Con cañas y barro, como don Vicente, Vicent, con palabras y esfuerzo, con lecturas mil y entendimientos múltiples y exponenciales, has construido una escuela. Yo he tratado de leerte, maestro, y de aprender y aprehender. Quizás deba conformarme con admirar tu luz, tu sabiduría, tu saber soplar las velas con el levante de 89 años y solo he acertado con un deseo: que permanezcas eterno, como ya eres, y si la vida nos coincide, abrazarte en tu inmensidad. "Manuel Vicent, la teua ploma és el cor que fa bategar l'horta." Y todo crece, por ti.

Alberto Barciela

Periodista

Manuel Vicent, la luz hecha palabra
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