lunes. 03.11.2025

¿Ciudad amada o miserable?

Llegan a diario dos mil curiosos a nuestra plaza mayor, el Obradoiro. El pasado jueves 19 de junio fueron dos mil ochocientos, y cifra similar los días siguientes. Busco parangón y encuentro que a la Torre Eiffel suben diariamente entre quince y veinte mil personas. París es otra liga… y lo hacen en ascensor. 

Llegan a diario dos mil curiosos a nuestra plaza mayor, el Obradoiro. El pasado jueves 19 de junio fueron dos mil ochocientos, y cifra similar los días siguientes. Busco parangón y encuentro que a la Torre Eiffel suben diariamente entre quince y veinte mil personas. París es otra liga… y lo hacen en ascensor. Lo peculiar de nuestra pequeña ciudad provinciana es que nuestros visitantes llegan a pie desde no menos de cien kilómetros de distancia.

La Quintana y Platerías están petadas de tíos en calzón corto, con una vieira delatora en el zurrón haciéndose fotos. Paran poco en la ciudad y muchos se zampan el abundante menú de Casa Manolo con billete para el tren de vuelta a casa, donde magnificarán en plan heroico su pequeño recorrido de los cien kilómetros.

Pero están también aquellos que vienen desde más lejos y han tenido más encuentros. Apunto que tres mil ochocientos peregrinos procedentes de Australia llegaron en los seis meses que llevamos de 2025. Se aproximaron volando desde nuestras antípodas e hicieron a pie al menos los últimos cien kilómetros. Y señalo además a ese matrimonio madrileño que vino en silla de ruedas desde Astorga acompañados por un benevolente. No vinieron para saludar a Goretti o a presidente Rueda. Vinieron a la catedral de Santiago. Nos halaga su esforzada visita.

Santiago es ciudad turística y, como en otras que también lo son, tenemos vecinos turismófobos, que dicen o piensan ‘que vengan visitantes, sí, pero que lo hagan en silencio; quiero una ciudad más tranquila para mí’. Protestan. Y tienen sus motivos: el alquiler turístico es más rentable que el convencional, aumentan los costes de la vida, hacen ruido; generan salarios bajos, estacionales y poco estables, llenan el centro de la ciudad en la que apenas pasan unas horas. Se eleva el ‘índice de irritabilidad vecinal’.

Lector paciente: he recogido algunos datos que alimentan la turismofobia en Barcelona, Roma, Palma de Mallorca, Venecia, Berlín, Toronto, Nueva Orleans y en Santiago de Compostela. Pero no me convencen: considero que ocupan poco espacio y por poco tiempo. Gusto de que vengan a Santiago visitantes en tren, en coche y avión. Y que vengan peregrinos andando, dos mil ochocientos al día y que sean bienvenidos en esta ciudad deseada.

¿Ciudad amada o miserable?
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