La presencia del canadiense Michael Ignatieff (1947), con su vasto recorrido como escritor, académico y expolítico, adquiere una relevancia singular en el Foro La Toja 2025. Aporta una perspectiva única sobre los desafíos de la sociedad contemporánea. Ha popularizado el concepto de “guerra virtual” y ha reflexionado sobre los peligros del populismo y la desinformación. Pero más allá de su análisis político, su obra es un profundo viaje a la condición humana. En su ensayo En busca de consuelo, nos invita a reconciliarnos con “nuestras pérdidas, derrotas y fracasos” para mantener la esperanza. Esta no es una llamada a la resignación, sino a la acción consciente, a la perseverancia y a la responsabilidad. El consuelo, en sus palabras, es “el trabajo más arduo, pero también el más gratificante que hacemos”. La vigencia y oportunidad de sus reflexiones apabulla.
La degustación de esta sabiduría prudente, desacomplejada y sabia en un enclave como la isla de La Toja, en el corazón de las Rías Baixas, con los tonos ocres del otoño gallego, tiene un simbolismo extraordinario. O Grove, con su paisaje que invita a la reflexión, se convierte en el testigo mudo de un diálogo necesario. Con el Rey Felipe VI presenciando el encuentro, el foro adquiere una solemnidad que subraya su relevancia, mostrando cómo la razón y el liderazgo pueden converger en un espacio de entendimiento. Es un lujo que, en medio de la vorágine global, se abra este oasis de pensamiento.
Una de las ideas centrales de Ignatieff es que el pasado es un campo de batalla en el que se pelea el presente. La historia, según él, no es un hecho consumado, sino un elemento vivo en constante disputa. Su postura es especialmente relevante en el contexto de un Foro La Toja que en la presente edición honra el consenso de la Transición.
Ignatieff, que ha estudiado a fondo el nacionalismo y la identidad, sostiene que la unidad nacional es un proceso en “permanente construcción”, y defiende que los problemas políticos no pueden resolverse únicamente con instrumentos legales, sino que requieren de un diálogo constante. Su visión, impregnada de una humildad intelectual, nos enseña que las soluciones a los grandes problemas de la humanidad residen a menudo en las virtudes cotidianas: en la empatía, en el respeto por la singularidad del otro y en la aceptación de nuestra propia imperfección. Como él mismo dijo, parafraseando a Albert Camus (1913-1960), “No somos ángeles, no estamos bendecidos”.
Una de las lecciones más valiosas que nos ofrece Ignatieff es precisamente la de reconocer la propia falibilidad. Su admisión pública de que se equivocó al apoyar la invasión de Irak es un testimonio de una deontología personal que va más allá de la política. Para él, las buenas intenciones no son excusa para las terribles consecuencias. Esta autocrítica, tan escasa en el panorama actual, refuerza su credibilidad y nos recuerda que el pensamiento honesto no teme a la revisión, sino que la abraza como una forma de acercarse a la verdad. En ese sentido, la humildad es el primer paso para la lucidez.
El distinguido con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2022 es un faro que ilumina la necesidad de seguir cultivando la sensatez y el diálogo. Al final, lo que nos queda es la esperanza de que, a pesar de los errores y las derrotas, podamos seguir adelante, como “una balsa después de la peor de las tormentas”, tal como alguien describió la esencia de un texto de Ignatieff. Y en este rincón de Galicia, con el Atlántico lamiendo sus orillas, la esperanza parece más sólida que nunca.
Amancio López Seijas y su equipo nos han propuesto un nuevo crucero de interés mundial, y en él viajamos hacia un destino seguro, de la mano de inteligencias humanas. Los artificios corresponden a otros.
