sábado. 27.04.2024

RELATO: Un ciego se sentó a mi lado

"(...) Ayer acudí a una conferencia para distraerme y por el camino recé para conseguirlo. El auditorio era grande y elegí un sitio cerca de la entrada, por si me aburría. Cuando faltaban unos diez minutos para el comienzo, un ciego se sentó a mi lado. El bedel que estaba en la puerta lo acompañó hasta un asiento cercano, precisamente junto al mío. Era un hombre maduro de cara sonriente y aspecto agradable, de estatura algo superior a la media. A pesar de su edad, conservaba el vientre plano. Tenía abundante pelo ondulado, mezcla de negro y blanco, con pequeñas entradas en las sienes. Llevaba gafas oscuras y usaba bastón para caminar. Vestía pantalón gris, camisa blanca y chaqueta azul marino, sin corbata.(...)"
La actuación musical se complementará con la exposición temporal Blanquísima  do pintor, debuxante, escultor e serígrafo Nelson Villalobos.

Una amiga me contó la siguiente historia:

Hace seis meses mi hijo sufrió un accidente y ha quedado con graves secuelas que afectarán a toda su vida.

Desde entonces mi ocupación principal consiste en aliviar su dolor, pero yo también necesito aliviar el mío. Además de recetarme antidepresivos, el psiquiatra me aconseja que vaya al cine, lea novelas, asista a conferencias y me relacione con gente. Esto último es lo que más me cuesta, ya que siempre acaba saliendo el tema del accidente y eso me hace recordarlo una y otra vez. Solo una amiga me ha aconsejado que rece.

Ayer acudí a una conferencia para distraerme y por el camino recé para conseguirlo. El auditorio era grande y elegí un sitio cerca de la entrada, por si me aburría. Cuando faltaban unos diez minutos para el comienzo, un ciego se sentó a mi lado. El bedel que estaba en la puerta lo acompañó hasta un asiento cercano, precisamente junto al mío. Era un hombre maduro de cara sonriente y aspecto agradable, de estatura algo superior a la media. A pesar de su edad, conservaba el vientre plano. Tenía abundante pelo ondulado, mezcla de negro y blanco, con pequeñas entradas en las sienes. Llevaba gafas oscuras y usaba bastón para caminar. Vestía pantalón gris, camisa blanca y chaqueta azul marino, sin corbata.

Pronto se dirigió a mí con una sonrisa que dejaba ver su dentadura sana. Se presentó diciendo su nombre y tendió su mano derecha para estrechar la mía. La presión fue perfecta: ni tan fuerte que me hiciera daño ni tan floja que mostrase desgana.

Al ver lo bien que se desenvolvía le pregunté si era ciego de nacimiento. Me dijo que perdió la vista a los dieciocho años.

-Eso es muy duro -comenté.

-Qué va! -Es mucho peor ser drogadicto.

-Siempre hay cosas peores. Pero la drogadicción se puede curar, y la ceguera no.

—¿Le puedo contar mi vida? —preguntó.

Me estaba cayendo bien, y contesté que le escuchaba con mucho gusto.   

Me contó que había nacido en un pueblo de la costa donde hay mucho tráfico de drogas. Cuando tenía diecisiete años, un amigo que consumía cocaína se empeñó en que la probara. La primera dosis le produjo excitación, energía y aumento de memoria. Estaba en plenos exámenes de último curso de bachiller. Pensó que aquello era la solución para sacar buenas notas y la inhaló durante varios días. Cada vez necesitaba más dosis para sentirse bien. Al terminar los exámenes fue consciente de que ya no podía vivir sin la droga.

Como no tenía dinero para pagarla, le ofrecieron ser traficante. Era arriesgado, pero prefería eso que convertirse en ladrón. No estaba dispuesto a robar para conseguirla: ni a sus padres ni a nadie. Además de ganar mucho dinero con el tráfico de drogas, no tenía otra salida porque ya no podía concentrarse en el estudio. Solo se sentía feliz cuando estaba bajo el efecto de la droga, y muy desgraciado cuando terminaba su acción. Con el tiempo se dio cuenta de que aquello no era felicidad, sino un estado de euforia. Necesitaba consumir cada vez más para conseguir el mismo efecto.

Después de aquel verano empezó a tener hematomas por todo el cuerpo sin haberse golpeado. Sus padres lo llevaron al médico y fue diagnosticado de leucemia cuando acababa de cumplir dieciocho años. A consecuencia de una hemorragia cerebral, estuvo en coma durante un mes. Cuando recuperó el conocimiento, supo que se había quedado ciego. Al principio quería morirse: por la ceguera y porque no podría ser traficante. Lo pasó muy mal durante varios meses hasta que dejó de necesitar la cocaína. En cuanto a la ceguera, poco a poco se fue dando cuenta de que tiene otros órganos que pueden suplir a los ojos.

Entonces se tocó con el dedo índice de la mano derecha la boca, la nariz y un oído, mientras decía sonriendo: tengo esto, y esto y esto. Y continuó su relato:

—Para mí la ceguera ha sido una bendición. Es lo que me apartó de la droga para siempre. Mis padres me llevaron a la ONCE y en poco tiempo aprendí el sistema Braille de lectura y escritura. He podido estudiar Comercio y he montado una empresa que funciona bien. Tengo una familia estupenda, además de un buen trabajo. Soy mucho más feliz que mis amigos drogadictos. Y pienso que sobrepaso en felicidad a la mayoría de los videntes.

Desde ese día no he vuelto a llorar por mi hijo de quince años, que se ha quedado ciego a causa del accidente.

RELATO: Un ciego se sentó a mi lado
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