viernes. 29.03.2024

Cuento de Navidad: ¿Dónde está la Navidad?

" (...) Mario adivina la pregunta de la directora, aunque solo entiende palabras sueltas. Se extraña de que la madre de Quique haya tomado esta decisión en vísperas de Navidad, cuando el niño necesita más que nunca a su familia. Piensa que para él va a ser muy triste encontrarse en un lugar extraño, separado de su madre. La respuesta se oye perfectamente: —Estará mejor atendido en el hogar de acogida que conmigo. Yo no tengo nada que darle. ¿No ve lo delgado que está y la ropa tan gastada que lleva?"(...)

El día veinte de diciembre a las seis de la tarde el cielo está oscuro, la lluvia sigue cayendo, implacable, y el frío penetra por las rendijas de puertas y ventanas. A pesar de todo, los niños están contentos. En dos días tendrán las vacaciones de Navidad.

Mario espera a sus hermanos al salir del colegio en el pasillo, delante de la salita de la entrada. A pesar de las voces y pisadas de los niños que pasan por allí, oye la conversación de la salita, donde está la directora con una señora que habla muy alto.

—Vengo a decirle que mi hijo Quique ya no seguirá viniendo al colegio —dice la señora, con tono de haber tomado una decisión inapelable.

—¿Le ocurre algo al niño? —pregunta la directora con voz de sorpresa. Yo creí que estaba contento. Es un buen estudiante y tiene muchos amigos.

—A Quique no le pasa nada, pero yo no puedo mantenerlo, así que esta tarde lo llevo a un hogar de acogida de las monjas de la caridad; allí vivirá y allí le darán clases, hasta que lo adopte una familia o pueda ganarse la vida.

Mario no entiende lo que pregunta la directora, pero de nuevo oye a la madre de Quique:

—El niño lo sabe desde hace pocos días, pero llevo meses buscando dónde dejarlo, y creo que él se ha dado cuenta. Por fin he encontrado un sitio donde lo admiten.

Mario adivina la pregunta de la directora, aunque solo entiende palabras sueltas. Se extraña de que la madre de Quique haya tomado esta decisión en vísperas de Navidad, cuando el niño necesita más que nunca a su familia. Piensa que para él va a ser muy triste encontrarse en un lugar extraño, separado de su madre. La respuesta se oye perfectamente:

—Estará mejor atendido en el hogar de acogida que conmigo. Yo no tengo nada que darle. ¿No ve lo delgado que está y la ropa tan gastada que lleva?

Ahora se oye la voz de la directora, un tanto preocupada:

—Y usted, ¿se queda sola?

—No se preocupe por mí. Voy a vivir con un hombre que está dispuesto a mantenerme.

—¿No tiene marido?

—Nunca lo he tenido, y el de ahora tampoco será mi marido. ¡Dios me libre!

En este momento llegan los hermanos de Mario, que lo recogen al salir del colegio. Ellos hablan a la vez, pero Mario no puede dejar de pensar en lo que ha escuchado, y compara su familia con la de Quique. Él es el tercero de los seis: tres niños y tres niñas, entre 6 y 15 años. Cada uno tiene un encargo en la casa y todo funcionaba bastante bien. «Mamá es la madre mejor del mundo: buena, cariñosa, guapa y divertida. Y mis hermanos, la bomba. Nos peleamos de vez en cuando, pero papá suele decir que la sangre no llega al río. Mamá es tan lista que siempre sabe quién tiene la culpa de lo que sale mal. Papá dice que nos falta dinero, pero no importa. Lo pasamos de cine. Antes de encargar a mi última hermana, papá nos reunió a todos y preguntó si preferíamos tener juguetes nuevos en Navidad o un hermano más. Todos dijimos que un hermano más. Lo que llegó fue una hermana, pero nos dio igual. Por eso somos seis en vez de cinco».

A llegar a casa su madre sale de la cocina, donde está preparando empanadillas de bonito para la cena. El olor llega hasta la entrada, no sabe si es por haber dejado la puerta de la cocina abierta o porque su madre se ha impregnado de ese olor tan bueno. Ella mira a los ojos a Mario «A mamá no se le escapa una», espera a quedarse a solas con él y le pregunta:

—¿Por qué estás triste? ¿Te pasa algo?

—Ho oído que a Quique, un niño de mi clase, lo llevan hoy a vivir a un hogar de acogida.

—¿Por qué? ¿No tiene padres?

—Él solo habla de su madre, pero ella ha ido esta tarde al colegio para decir que hoy mismo lo piensa dejar en un hogar de acogida de las monjas de la caridad.

—¿Hoy mismo? ¿en vísperas de Navidad?

—Sí, eso ha dicho.

Su madre le pregunta si se le ocurre alguna forma de ayudar a Quique. Mario, antes de contestar, le pregunta si Quique puede pasar las Navidades con ellos. Su madre lo mira con ternura y le dice que eso sería la solución para unos días, pero no para siempre. Le hace ver que todos los hermanos (tanto los niños como las niñas) se quejan con frecuencia de estar demasiado apretados en las habitaciones de tres, que están hechas para dos. Mario dice que no le importa dormir en el suelo, en el saco de excursiones.

—¿Estás dispuesto a darle algo de tu ropa, de tus regalos, de tus turrones?

—Bueno, cuando nació Camila tú nos decías que donde hay sitio para cinco, hay sitio para seis. Y donde pueden comer cinco, pueden comer seis. ¿No es así?

—Sí, pero ahora hay que hacer sitio para siete. Todos en casa tendrán que estar de acuerdo. Yo lo hablo esta noche con tu padre después de cenar y tú se lo dices a tus hermanos cuando quieras, a ver si están dispuestos a compartir sus cosas con ese niño. Todos tendréis que renunciar a algo para acoger a Quique. Además, piensa que es un niño de tu clase, pero tus hermanos apenas lo conocen.

Mario no es capaz de esperar ni un minuto más. Durante la cena, mientras los demás saborean las empanadillas de bonito recién sacadas del horno, decide contar la conversación que ha oído esa tarde, como si su madre no supiese nada. Todos le escuchan con atención y Camila suelta una lágrima. Las otras dos niñas lo miran consternadas. Los niños reaccionan con violencia, acusando a la madre de Quique. Su padre interrumpe los comentarios diciendo:

—No podemos hablar mal de nadie, y menos aún de quien no está presente para defenderse. «Esto mismo lo ha dicho mamá un montón de veces, pero se nos olvida a todos cuando llega el momento». Que cada uno se meta en los zapatos de Quique y piense dónde le gustaría pasar estas Navidades: en un hogar de acogida o con una familia.

Durante el resto de la cena la conversación va languideciendo. Cada uno piensa para sus adentros, probablemente lo mismo, pero nadie se atreve a decirlo en voz alta.

Al día siguiente la directora llama, después de la primera clase, al hogar de acogida. Quiere hablar con el niño y felicitarle la Navidad de parte de los profesores y los niños de su clase. Una monja le dice que Quique ha tenido que ingresar de urgencia en el hospital. De momento no le pueden dar más explicaciones. Mario va por la tarde con sus dos hermanos a visitarlo y allí se entera de que cogió las pastillas que toma su madre para dormir y se las tragó todas juntas al llegar a su nuevo hogar. Las monjas lo llevaron al hospital, justo a tiempo para salvar su vida.

Toda la familia de Mario estuvo de acuerdo en llevarlo a su casa cuando saliera del hospital, y así se hizo.

Los niños durmieron más apretados, repartieron su ropa con Quique, comieron menos turrones y cada uno recibió un regalo más modesto que otros años, pero tenían la ventaja de ser uno más. Quique sorprendió a todos al cantar villancicos. Tenía una voz preciosa y un gran oído musical. Ese año pasaron las mejores Fiestas de su vida. Comprobaron una vez más que la Navidad no está en los regalos ni en los turrones, sino en un corazón generoso, dispuesto a compartir lo que uno tiene. Desde entonces son siete hermanos en lugar de seis

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