viernes. 19.04.2024

Todo nos abruma. Es difícil entender, más aún lo es aconsejar, siquiera, a veces, resulta accesible consolar. La aceleración devalúa el instante, el abrazo, el beso, la acción entrañable o emotiva. Los gestos humanos se distorsionan en la circunstancia superadora de la pandemia, y así permanecerán por sus secuelas. No, con serlo, no es solo cuestión de avatares políticos, ni de exigencia de responsabilidades, cada cual es partícipe, a su manera, de la circunstancia. Lo que entendíamos como normal se está redefiniendo.

           La peste desinformada del Medievo o la gripe, mal llamada española, de 1918, poco tienen que ver con este COVID-19. Ahora, como entonces, todo es cruel y apabullante, lo nuevo resulta la información global, instantánea, persistente, cambiante, muy útil bien utilizada, pero manipulable, lo que nos somete a desconcertantes novedades alteradoras. Los negocios se realizan en base a mentiras construidas no se sabe muy bien por quién, o sí, en general por mafias ligadas al poder o consentidas por éste. También tenemos vacunas, insuficientes.

           No soy augur, carezco de cualidades para la adivinación por el canto, el vuelo o la manera de comer de las aves, las cartas u otros signos. Pero me he aventurado a predecir, hace un año, con datos de expertos en medicina, que la actual pandemia desaparecerá con el virus en el entorno de la primavera del 2022. Aun así, nada es absolutamente seguro, pues las mutaciones o circunstancias jugarán sus bazas. Los más serios expertos nos advierten de nuevas alertas derivadas del cambio climático, de  mutaciones de virus, de desigualdades, de inseguridad en las calles, que, en cualquier caso, reclaman reconducir comportamientos sociales y particulares, dotarnos de mayores recursos para investigar, de nuevas instalaciones sanitarias, de aprender hábitos higiénicos, de reforzar los sistemas democráticos y de seguridad. Lo queramos o no, habrá que reeducarse para la convivencia en un mundo que será sustancialmente distinto y que tendrá que estar dispuesto a responder y prevenir urgencias de todo tipo, a someterse a nuevos controles, a atender a los desfavorecidos.

           Hemos de re-aprender la gran lección de la vida: estamos aquí para actuar unidos, para conocer cómo superar crisis, para saber cómo reiniciarnos tras cada circunstancia anómala. Nos encontramos ante una apuesta que ha de ser común si buscamos la pervivencia de la especie. El otro existe y nada tiene sentido sin referencias.

            La naturaleza vuelve a poner a prueba nuestro instinto de superación, de suma. La convivencia reclama cesiones y exigencias. Nada tiene importancia y todo la tiene. Cada segundo equivale a la eternidad. Cada experiencia es única. No todo está perdido. Todavía existe la posibilidad de complementar la economía circular, que se impone imprescindible, con una actitud también circular que ha de conllevar renovarse desde nosotros mismos, mejorar lo que merece ser conservado, desechar comportamientos egoístas, desentendimientos y mentiras construidas, luchar por la libertad y el respeto de todos y cada uno, cooperar y solidarizarse de manera efectiva.

            A cada ser humano corresponde vivir la peor etapa de la Historia y la mejor. Son guionistas y protagonistas de su propia película, propendan a un final feliz para todo el reparto. Disfruten de cada momento, es lo que tenemos.

Alberto Barciela

Periodista

El humanismo circular