Natural de Alcalá de Guadaira (a 15 km de Sevilla), hijo de padre gallego (de Ourense) y madre andaluza (de Córdoba), Luis Ferreiro Almeda combina en su trayectoria la precisión científica con la profundidad filosófica. Licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de Sevilla, amplió su formación con una licenciatura y un máster en Filosofía Moderna y Contemporánea por la UNED, además de ser bachiller en Ciencias Religiosas.
Su recorrido profesional es igualmente diverso: trabajó en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), participando en proyectos pioneros de inteligencia artificial aplicada a la identificación de aceites; dedicó varios años a la docencia, tanto en España como en Perú; y culminó su carrera como funcionario del Cuerpo Superior de Químicos de la Junta de Andalucía, en el ámbito de la Salud Pública y Ambiental.
Desde 1991, Ferreiro está vinculado al Instituto Emmanuel Mounier, donde ha sido director de la revista Acontecimiento y presidente del Instituto. Ha impartido conferencias y cursos en Francia, Bélgica, Portugal, Italia, México, Paraguay, Argentina, Marruecos, Burkina Faso y Mozambique, y es autor de más de un centenar de artículos publicados en revistas y obras colectivas.
—Como presidente del Instituto Emmanuel Mounier, ¿cómo definiría el personalismo comunitario para alguien que lo escucha por primera vez, sin caer en abstracciones filosóficas?
El personalismo comunitario es una actitud humana, personal y habitual que propicia que la dignidad del otro sea vista con lucidez. En definitiva, se centra en el hombre. Desde principios del siglo XX, cuando la humanidad empieza a estar en riesgo, surge una reacción cultural contra la filosofía de las cosas y de las ideas: es la filosofía de la persona. Emmanuel Mounier es una de las figuras principales que aglutina a los filósofos que ponen en primer plano la noción y la realidad fundamental de lo que es la persona. Es una filosofía al servicio de la persona.
Para combatir la fuerza despersonalizadora que afronta el personalismo en la sociedad actual hace falta rehacer el Renacimiento, y adelanto así el título de mi conferencia en Vigo. El Renacimiento es una apuesta por situar a Dios y al hombre al mismo nivel, rescatando la figura humana que en la Edad Media pudo quedar relegada por una mentalidad teocéntrica. Sin embargo, la evolución de las ideas después del siglo XVI supone una pérdida del sentido de persona a medida que crece el sentido del individuo. El Renacimiento abre una brecha entre persona y comunidad, desarrollando una individualidad de genialidad, de personalidad, más que de persona.
El personalismo busca restaurar el equilibrio entre persona y comunidad. Mounier sitúa la fuerza despersonalizadora en la burguesía, en lo que representa el mundo de las finanzas y la industria. También en los totalitarismos, que en principio reaccionan contra el individualismo, pero acaban disolviendo a la persona en una supuesta comunidad que termina siendo solo un colectivo en el que los individuos se diluyen.
—El personalismo se basa en la noción de ‘persona’ por encima de la de ‘individuo’. ¿Podría explicar brevemente esta diferencia y por qué es crucial entenderla hoy?
Sí. Nos hemos acostumbrado a una acepción de personalismo que es lo contrario del personalismo filosófico: el apogeo de la personalidad que intenta imponerse a todos, como el “personalismo” de los políticos. Pero no es eso. El personalismo es un equilibrio entre persona y comunidad.
Con una vida dedicada al diálogo entre ciencia, ética y humanismo, Luis Ferreiro Almeda invita en esta conferencia a repensar el espíritu renacentista desde las claves del siglo XXI: creatividad, conocimiento y compromiso con la dignidad humana.
—Su conferencia en Vigo se titula “Rehacer el Renacimiento”. ¿Qué idea central intenta recuperar el personalismo de aquel periodo histórico y por qué es necesario “rehacer” esa visión en el siglo XXI?
El intento de Mounier, en los años 30, quedó truncado por la guerra mundial y por los totalitarismos en los que desembocó, una matanza pocas veces vista en la historia. Las fuerzas que dirigen el mundo avanzan en una línea de escisión entre persona y comunidad. La sociedad se convierte en una sociedad anónima. Nos desenvolvemos en un individualismo en el que no nos miramos unos a otros: se pierde el sentido de fraternidad, del otro, de la dignidad de la persona.
El personalismo pretende recuperar este equilibrio. Como decía Mounier, “nunca ha habido tanta sociedad, pero nunca ha habido menos comunidad”. Estamos en riesgo. Hay que recomponer los lazos comunitarios en el mundo actual, porque, si no, quedamos abocados a la soledad, a lo que un sociólogo norteamericano llamó la “muchedumbre solitaria”. Vivimos en masa, podríamos decir como el ganado: muy bien dotados económicamente, pero muy solos. Es necesario luchar contra esta soledad, que solo se vence entrando en comunión con los demás. Y esto es lo que más ha sufrido en los últimos años, incluso en los últimos siglos.
—A nadie se le escapa que la tecnología, especialmente la Inteligencia Artificial, está transformando la interacción humana. ¿Cómo interpreta el personalismo esta nueva era? ¿Nos acerca o nos aleja de la relación auténtica?
La clave no está en el progreso de la tecnología, sino en la falta de progreso de la humanidad. Una persona bien centrada en sus aspectos espirituales y en sus valores humanos no tiene nada que temer de la tecnología, porque sabrá situarla en su vida y usarla cuando sea necesaria. No hay nada que temer.
El gran problema surge cuando nos volvemos esclavos de esa tecnología, cuando no estamos a la altura de la inteligencia que se ha transformado en técnica. Por lo demás, debemos ser optimistas: estas nuevas tecnologías suponen un mar de posibilidades, siempre que sepamos mantener ese eje espiritual y comunitario de la persona.
—Desde la perspectiva del personalismo, ¿qué reproches haría al modelo económico y social actual? ¿Qué rol debe tener la comunidad frente a la precariedad laboral o la crisis de la vivienda?
Esta es una de las luchas del personalismo comunitario. Una cosa es el desarrollo educativo y cultural de la persona, y otra el reconocimiento de los lazos que nos unen a los demás. El desarrollo de los últimos cuatro siglos ha tendido a crear algo así como un Leviatán, que es el Estado y también el mercado. Ambos se han separado, haciéndose autónomos de la sociedad, y esta queda vinculada a esas realidades “monstruosas”, que terminan dominando la vida humana.
Sin embargo, el mercado y el Estado son creaciones humanas que deberían estar subordinadas a la sociedad y a la persona. Este es el cambio de óptica que necesitamos, aunque hoy no estamos en esa línea. En el ámbito laboral, el trabajo está subordinado al capital. Este es un giro que hay que corregir. La persona está subordinada al dinero y a la técnica, y eso nos lleva al “desorden establecido” (Emmanuel Mounier), muy bien establecido, contra el cual es muy difícil luchar.
—Vivimos una crisis de polarización política y emocional. ¿Qué papel puede jugar el diálogo personalista en la búsqueda de entendimiento o reconocimiento mutuo entre posturas opuestas?
El personalismo comunitario ha sido y es una filosofía del diálogo. Diálogo por encima de todas las diferencias entre interlocutores que puedan tener ideas muy distintas. En ese sentido, el personalismo se desarrolló por encima de todas las confesionalidades. Fue un inicio de ecumenismo dentro de la sociedad francesa en la que vivía Mounier.
Él logró desatar los lazos difíciles entre catolicismo, protestantismo, judaísmo y otros, siempre centrado en que el valor fundamental es la persona. Eso permite superar los obstáculos que se plantean a la convivencia. Si fuéramos fieles a esta raíz dialógica, debería tener repercusión también en el planteamiento de las relaciones políticas en nuestro mundo.
—Si tuviera que señalar una tarea o compromiso urgente que el personalismo pide hoy a la ciudadanía, ¿cuál sería?
Para mí, una tarea urgente es recuperar la subjetividad de la sociedad: que la sociedad sea sujeto en sí misma, capaz de generar iniciativas, transformaciones e incluso revoluciones que alteren la jerarquía actual. Esa sociedad hoy está supeditada al mercado y al Estado, y debería ser al contrario.
Esto exige una sociedad más reflexiva, no solo individualmente sino en conjunto, con centros culturales donde la sociedad reflexione sobre sí misma a través de las personas. Que sea capaz de crear expectativas nuevas y de permitir un desarrollo cultural distinto al que hoy padecemos, dominado por el pragmatismo y el utilitarismo. Se trata de recuperar a la persona como centro de la vida personal y social.
—¿Cuál es el legado de Emmanuel Mounier que el Instituto busca proteger y proyectar en España y en el mundo?
En España, Mounier fue rechazado porque se situó a favor de la República en su momento, y cuando llegó la dictadura, la revista Esprit, que era su principal vía de expresión, fue prohibida. Hemos perdido así una gran herencia que hoy resulta desconocida. Queremos recuperarla y hacerla activa dentro de nuestra sociedad.
Esto implica replantear aspectos que hemos perdido de vista. Una democracia joven como la nuestra no contó con esa reflexión. Tenemos el reto de realizar lo que no se pudo hacer en su momento. Puede que sea tarde, pero si lo renovamos, puede ser muy importante para la sociedad española.

