domingo. 07.12.2025

Alfonso Usía, un duelo de letras mordaces

Ha muerto Alfonso Ussía, mi director durante seis semanas allá por los años ochenta del siglo pasado, mi compañero de columnas durante años y hasta hace unos días en muchos periódicos, mi maestro, una referencia imprescindible de la comunicación mordaz, el espíritu independiente y la bonhomía sonriente. 
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Ilustración DL-G.

Ha muerto Alfonso Ussía, mi director durante seis semanas allá por los años ochenta del siglo pasado, mi compañero de columnas durante años y hasta hace unos días en muchos periódicos, mi maestro, una referencia imprescindible de la comunicación mordaz, el espíritu independiente y la bonhomía sonriente. Tenía el estilo antiguo del periodismo antiguo, del de los grandes maestros Julio Camba, Wenceslao Fernández Flórez, Álvaro de la Iglesia, Augusto Assía, Eugenio Suárez), Santiago Amón, etc. Culto y perspicaz, rápido en la prosa, divertido en lo poético, genial dentro y fuera de la lámpara del bienestar acomodado en la familia -su madre coleccionaba Seat 600-. Compartimos raíces en la Cadena de Revistas de Eugenio Suárez, y en algún momento fue el enlace entre Covarrubias, 1, sede de la editorial, y el Club Financiero Génova, en donde Alfonso reinaba entre los grandes magnates, coronando por situación física la Rumasa de Ruiz Mateos, y de tantos otros vodeviles reales y antediluvianos. Fuimos saurios en las risas y arriesgados en las críticas, en una sociedad que ya era sucia pero más sagaz que las de los Ábalos, Koldos y demás familia.

 

El dramaturgo Pedro Muñoz Seca, su abuelo, con su gracia inmortalizada en La venganza de Don Mendo, no solo legó el linaje, sino un cierto talante para la comedia trágica de la vida española a su nieto, Alfonso Ussía.

 

Alfonso Ussía, el segundogénito de los condes de los Gaitanes, fue mucho más que un heredero; fue un autodidacta de la sátira, un maestro del disimulo que, tras un breve devaneo con el Derecho y Ciencias de la Información, decidió que la única toga que merecía su pluma era la de la ironía. Su bautismo de fuego fue en el Servicio de Documentación del Informaciones y pronto, bajo el ala visionaria de Eugenio Suárez, el de la camisa azul y el corazón encendido, se hizo gigante en la columna, culminando su carrera como el redactor más leído de El Debate, tras dejar su huella en ABC, Diario 16, y ser el director-escriba de la revista El Cocodrilo.

 

Su arte no era el de narrar, sino el de triturar la tontería y la impostura con un estilo a la vez culto y canalla. Creó un universo de personajes memorables, desde el revolucionario Jeremías Aguirre hasta el imperecedero marqués de Sotoancho, ese señorito andaluz que, con su marquesa viuda en La Jaralera, se convirtió en la quintaesencia del casticismo esperpéntico.

 

Hoy, la muerte le ha alcanzado, a los 77 años, en la serena Ruiloba, el mismo día en que el periodismo español pierde a uno de sus pocos mosqueteros de la columna. El humor, ese arte de la verdad oblicua, está de luto.

 

Si Alfonso Ussía fue maestro en algo, fue en condensar la mala baba con la erudición. Su prosa, que coqueteó con lo penal en más de una ocasión —dando la razón a la máxima de que la ofensa a veces es la única respuesta digna ante la necedad—, siempre llevaba la marca de la casa: la máxima elegancia del insulto justificado.

 

Recuerda, por ejemplo, cuando elevó el sentido del saber estar, revelando que su fina educación no era sino un velo para la observación implacable: “La educación es conseguir un alto nivel de disimulo, en declaraciones al gran Amilibia, publicadas en “La Razón”.

 

O aquella vez, glosando a su venerado Camba, cuando se inclinó ante la cortesía suprema, esa que Alfonso practicaba en sus críticas, donde uno se descubre para herir con mejor ángulo: “Lo ratificaba Julio Camba, que decía que “los sombreros, aunque parezca otra cosa, no son para que uno se los ponga, sino más bien para que se los quite”.

 

Se ha ido el león que nunca traicionó a su especie, el compañero de tertulias míticas en Covarrubias, 1, el que conocía el olor resabiado del auténtico periodismo. Con su permiso, y con el dolor de este día, termino con el eco de sus propias palabras, que hoy resuenan a elegía: “Se ha ido un gran artista de la palabra, y el último español que sabía, no solo quitarse el sombrero, sino, sobre todo, poner la verdad desnuda sobre el papel, sin más aderezo que el vitriolo de su ingenio. Que el descanso le sea más plácido que las controversias que él mismo encendió.” Él se refería al pintor Eduardo Úrculo, yo a un amigo, compañero y maestro. Descanse en paz, mi admirado Alfonso.

 

Alfonso Usía, un duelo de letras mordaces
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