Valladolid, lienzo y alma: un collage de Delibes y Gabarrón
"La naturaleza es arte, los poetas y los pintores, los escritores y los escultores, han de atrapar al menos un instante que merezca trascender, para la eternidad." Así, en su casa de Beluso, a orillas del Atlántico, en un espacio de silencio discontinuo y luz velazqueña, nuestra conversación de agosto, entre Cristóbal y yo, se convirtió en el punto de partida de este artículo.
"La naturaleza es arte, los poetas y los pintores, los escritores y los escultores, han de atrapar al menos un instante que merezca trascender, para la eternidad." Así, en su casa de Beluso, a orillas del Atlántico, en un espacio de silencio discontinuo y luz velazqueña, nuestra conversación de agosto, entre Cristóbal y yo, se convirtió en el punto de partida de este artículo. En esa ría de Pontevedra, entre el graznido de las gaviotas y el yodo del mar, encontramos el hilo de lino, que flota acompasado, como pieza de madera, y que nos conduce de la Galicia marinera a la Castilla de secano, uniendo en un solo discurso a dos de sus grandes genios: Miguel Delibes y Cristóbal Gabarrón.
Valladolid, la histórica Pucela, no es un simple escenario, sino un personaje con alma, moldeado por la historia y la literatura. Con un lenguaje puro y una dicción clara, como la de sus propios ciudadanos, la urbe se enorgullece de su legado, desde su etapa como capital del Imperio durante el Siglo de Oro, que sirvió de marco para las intrigas cervantinas en El coloquio de los perros, hasta la "capital moral" del universo literario de Delibes, donde la ficción reconstruye la dramática historia de los protestantes en El hereje. La capital del Pisuerga es, como dijo José Zorrilla, su hijo predilecto, la "cuna de la pasión" del Romanticismo, un lugar de honor y sentimiento.
En este rico tapiz histórico, la pluma de Delibes actuó como un pincel literario. El escritor, con su experiencia como caricaturista en El Norte de Castilla, luego periodista y director de ese diario, dotó a su prosa, también a sus otras obras, de una sensibilidad pictórica, bosquejando paisajes con "colores terrosos" y retratando personajes con la técnica del "claroscuro". Su obra es un "valioso testimonio lexicográfico", un collage de palabras del castellano rural que, como una cencella (niebla fría que se congela), capturan la esencia de la vida en la meseta. Palabras como baldío (terreno que no se cultiva), parva (mies para trillar) o friura (frío intenso), no son un aderezo, sino la base de la autenticidad que impregna sus páginas.
En este lienzo de sobriedad y tenacidad, el murciano Gabarrón interviene con una "explosión de color". Su obra, una simbiosis con la villa, rompe con la monotonía de la paleta vallisoletana, basada en los tonos ocres, dorados y rojizos de su arquitectura. Las esculturas de Gabarrón, con su "humanismo cromático" y sus formas abstractas, son una vanguardia que no se enfrenta a la historia, sino que dialoga con ella, creando su propio léxico, un gran diccionario y una gran dicotomía. Como tengo escrito, el artista, al igual que los grandes creadores, "no puede dejar de ser incesante mar", un "náufrago sideral" que convierte lo "insólito en preludio identificable", dotando a las ciudades del mundo, en las que tiene instaladas cientos de obras de gran formato, de una nueva dimensión.
La Fundación Cristóbal Gabarrón, que en su día tuvo un papel crucial en Valladolid, se convirtió en el "corazón de esta simbiosis", consolidando a la capital de Castilla y León como un "polo de pensamiento contemporáneo". A través de su sede y de sus premios, la urbe ha logrado atraer a figuras internacionales, creando un "tejido cultural vibrante y multidisciplinar" que acoge desde el proyecto "Retablo de Caín", una performance con el poeta Carlos Aganzo, hasta la colaboración con la Casa de la India. Del mismo modo, la Fundación Miguel Delibes, creada por deseo de sus herederos, no solo custodia el archivo del novelista, sino que es una entidad cultural activa y fundamental que, desde su sede en el Palacio del Licenciado Butrón, mantiene vivo el pensamiento y la obra de su autor, consolidando el legado.
Cristóbal, en sus obras públicas que "salpican el paisaje urbano", genera un "diálogo visual entre la herencia histórica y la sensibilidad moderna". En este sentido, el collage artístico del artista de Mula une el diccionario popular pinciano, con expresiones como "estar hecho un adefesio" (tener una apariencia extravagante) o "sacar los pies de las alforjas" (comportarse de forma inadecuada), con el léxico rural de Delibes. La esencia de la gente, su humor y su carácter, se mezclan con las formas abstractas y el color del artista, creando una obra de arte única y vibrante. Así, la "solera histórica" de Valladolid encuentra su "complemento perfecto" en la vanguardia de Gabarrón.
Ambos, Miguel y Cristóbal, nos han dado la posibilidad de "apreciar la composición de un paisaje", ya sea a través del "claroscuro" de la palabra o de la "explosión de color" del metal. Y nosotros, testigos de este diálogo, nos convertimos en cómplices de la genialidad de ambos, en esa playa que es la existencia y que, como la de Bueu con sus luces naturales, va "virando" sus tonos, sus matices, sus ideas, maniobra tan necesaria en el arte como en la vida. Galicia unía en esos días de nuestra charla el amor por la palabra y la plástica, por la simbiosis genial que nos permite admirar el mundo y cantarlo, lanzar cometas de papel o lienzo al mundo ante la tragedia de los bosques y de las noticias dramáticas, antes claro de que la ceniza nos devore.
Eso vislumbramos, entre otras cosas, Cristóbal y yo en Beluso una tarde de agosto, como asomados a un arambol, entre el rumor del agua y disfrutando del fresco de la brisa. Al fondo Cela, rodeada de árboles, umbral de otros mundos de arte y esperanza. Y es en esa baranda de lo cotidiano donde el arte y la vida se funden; donde el legado de Delibes, con su profundo arraigo a la tierra, encuentra en las audaces formas y en el humanismo cromático de Gabarrón un eco de la misma verdad, esa que nos recuerda que somos náufragos de un solo mar, el de la belleza. Nos salva el diálogo.
Alberto Barciela
Periodista