Galicia y el legado pendiente de Nélida Piñón

Nélida Piñón y Alberto Barciela.
Como ella misma escribiría, la biografía de Nélida Piñón estaba hecha de piedras sólidas, de bases elocuentes, y de un profundo e inquebrantable amor por Brasil y por Galicia; un afecto visceral por Borela, por Cotobade, y por sus amigos.

Como ella misma escribiría, la biografía de Nélida Piñón estaba hecha de piedras sólidas, de bases elocuentes, y de un profundo e inquebrantable amor por Brasil y por Galicia; un afecto visceral por Borela, por Cotobade, y por sus amigos.

Su oralidad, caudalosa y fértil, era la expresión genuina de una narración eterna, vinculada a las raíces mismas de la humanidad, a la nobleza de sus tradiciones y a la riqueza de su mestizaje. Sus artículos destilaban la síntesis más inteligente de lo que era preciso proponer al ágora vital de su tiempo, o la urgente necesidad de revelar un interior enriquecido por vivencias, reflexiones profundas, lecturas, contactos fecundos con intelectuales, innumerables viajes, y, esencialmente, por la impronta de su propia genética. Sus novelas son un acercamiento a la verdad íntima de una creadora de mundos que supo soñar desde su huella emigrante, su vocación sherezadística para postergar el final, o su profunda reverencia por la cultura lusa.

Nélida es universal porque fue global en su entendimiento, abierta de par en par en su predisposición hacia la comprensión del distinto - ¡cuánto reflexionamos sobre la otredad!-, condescendiente con el que sabía menos, y glotona de vida hasta el último aliento.

Su escritura, como su conversación, representa una geografía ilimitada, sin fronteras; una optimización de lo narrado propuesta como estética de belleza impactante, inusitada, pero siempre útil, comprometida, ajena a cualquier atisbo de indiferencia. Se puede discrepar, debatir con educación, sin duda, pero el silencio, que a veces es una respuesta legítima, jamás debe impedir una contestación cuando se dispone de contenido, de criterio, de una forma precisa y de un fondo con los que enriquecer el debate. Así era.

Nélida se hizo eterna hace tres años. Tres meses antes de su partida conversamos íntimamente entre el Pazo Quiteiro da Cruz y Milladoiro, en Santiago de Compostela,  y me reiteró su deseo, su mandato, de que Galicia recibiese como legado sus artículos sobre “A terra Nai e Señora”. Pues me explicó, por enésima vez, que su novela cumbre sobre la emigración gallega, “A república dos sonos” (1984), debería permanecer unida en Brasil junto a sus siete manuscritos —creo recordar que ese era su número exacto—, como testamento de su Brasil amado.

En ocasiones anteriores, yo ya había trasladado la posibilidad de que los textos sobre Galicia de Nélida fuesen de todos nosotros. Se lo hice saber a  las autoridades de Cultura de la Comunidad Autónoma. Hubo incluso quien viajó a Río para visitarla y quien comprometió la edición de un libro que recogiese esos trabajos... pero, nunca más se supo. La legataria de la Premio Príncipe de Asturias de Literatura 2005, la profesora Karla de Vasconcelos, conoce bien el mandato y estoy convencido de su buena disposición para que este se cumpla. Nélida, lo sabemos, no le fallaría a Galicia.

Galicia, sin embargo, tiene aún una deuda pendiente, emotiva y literaria, con una de sus más insignes hijas, aunque nacida al otro lado del Atlántico, como es seguro que la tiene con otros muchos gallegos de la diáspora. Ella dejó dicho, con la fuerza de una verdad ancestral: “Nací en el seno de una familia de inmigrantes gallegos. Mis ancestros salieron de la pequeña aldea de Cotobade (Pontevedra) cargados de sueños. Expulsados por la miseria, con la mano en el corazón, sin pasaporte moral. Mi familia prosperó en las Américas.” Ese era su orgullo.

Hoy, recuerdo aquel día en que nos perdimos en mi coche. Íbamos camino de Pontevedra, saliendo de Cotobade. Nos distrajo la charla, ese hilo infinito que tejíamos, y nos desviamos por Cuspedriños. La doctora Beatriz Piñeiro nos advertía desde el asiento trasero, entre las risas cómplices de la comisaria de arte canaria Carmensa de La Hoz, que nuestra dirección debía ser otra, en el sentido del fulgor de la ciudad del Lérez... Yo, en secreto, les confesé que siempre que acompañaba a Nélida procuraba distraer el rumbo, demorar el viaje... para seguir en una conversación que desearía infinita. Aquel día, del ya frío otoño gallego, acabamos cenando en Arcade, mientras el navegador, desorientado, nos decía “¿Perdón?” al no entender mi pronunciación acotada entre carcajadas. Paco Corral y su esposa Sofía nos esperaban para agasajar a mis amigas del alma, recién llegadas desde sus mundos a una aldea de humedad verde y amistad incondicional.

¡Perdón, pero alguien tiene que reclamar lo extraviado! Es nuestro deber moral recuperar lo que una mente prodigiosa escribió, entre emociones vivas y recuerdos imperecederos, sobre la tierra en la que fue inmensamente feliz. El legado de Nélida Piñón es la última página de su amor por "A terra Nai e Señora", una página que no podemos dejar en blanco.

Yo, por mi parte, sigo recordando aquella conversación que deseé infinita, y que lo es.