Mi relación con el Opus Dei

Mi encuentro con San Josemaría Escrivá: Cincuenta años de vocación y legado

'Conocí' a San Josemaría Escrivá en 1975. Primero, a través de un amigo que participaba en actividades en la parroquia de Nuestra Señora de Fátima en Vigo. Poco después, empecé a frecuentar un centro del Opus Dei en la calle José Antonio —hoy Urzáiz—, también en Vigo, donde asistía a medios de formación y estudiaba a menudo en su pequeña sala.

Desde el primer momento, me atrajo la idea de vivir la santidad en medio del mundo, convirtiendo mi trabajo —entonces como estudiante, luego como profesor y más tarde como periodista— en mi instrumento de santificación en el día a día.

No tardé en pedir la admisión en la Obra, en octubre de 1975, con solo quince años (en aquella época era posible a esa edad; hoy se requiere ser mayor). Sabía perfectamente lo que hacía. Esto significa que pronto cumpliré 50 años de vocación en el Opus Dei, y lo volvería a hacer sin dudarlo.

Recuerdo perfectamente el 26 de junio de 1975. Un grupo de la parroquia estábamos de excursión ese día y, por la tarde, en el autobús, nos dieron la noticia del fallecimiento de El Padre, como se le llama en la Obra. Aquella noche, en mi escritorio de casa, busqué en el índice de Camino los puntos de meditación relacionados con la muerte. Sentía curiosidad por saber qué decía el autor de Camino...

Más tarde, en 1982, me incorporé definitivamente a la Obra como Agregado. Desde entonces, mi vocación me ha ayudado a ser mejor persona y mejor profesional. Ha sido decisiva también para mi vocación profesional, pues San Josemaría me contagió con sus ideales, y escogí la comunicación para influir en la cristianización de la sociedad, tras un breve paso por la enseñanza.

Durante este casi medio siglo, he conocido a muchas personas, tanto del Opus Dei como ajenas a la Obra. Todas han dejado en mí un poso que ha contribuido muchísimo a mi desarrollo personal. De San Josemaría aprendí lo que es la verdadera amistad, y así la practico con mis amigos.

Sigo leyendo, releyendo y meditando los escritos de San Josemaría para profundizar en ellos. Como "santo de lo ordinario" —así lo llamó Juan Pablo II—, acudo a su intercesión cada día y lo siento muy cercano. Sus palabras resuenan continuamente en mi memoria. Es verdaderamente un Padre para mí y para muchos. De él aprendí a amar a la Iglesia "como ella quiere ser amada", como él nos decía.

En este 50 aniversario de su paso al cielo, su mensaje es más actual que nunca: vivir las virtudes cristianas y santificarse en el trabajo. Es un espíritu para la mayoría de los cristianos de a pie. La tarea es inmensa. Todos debemos contribuir con nuestro buen ejemplo, nuestra palabra y nuestra amistad. Necesitamos atraer a más personas a la barca de Pedro y conseguir que no se pierdan más generaciones para Cristo.