Panque, la aldea de Navidad que ilumina el norte de Portugal
Panque no es solo un parque de ocio. Panque es un lugar que se siente. Un espacio donde la Navidad no se limita a una decoración, sino que se vive como una experiencia completa, pensada para compartir en familia y dejarse llevar por la calma, la tradición y la emoción. Con una superficie de 7.000 metros cuadrados, este parque de meriendas se ha transformado en estas fechas en una auténtica aldeia de Natal, iluminada por 370.000 luces led que envuelven cada rincón con un brillo cálido y acogedor.
La entrada al recinto es ya una invitación a detener el paso. Portales de belén, figuras de los Reyes Magos y caminos iluminados guían al visitante por un entorno en el que conviven naturaleza, tradición y memoria. Panque mantiene su esencia rural: animales como ocas, faisanes, cabritos, ovejas o un poni forman parte del recorrido, junto a un huerto cuidado con esmero y varias colecciones de antigüedades, muchas de ellas ligadas a la agricultura y a la vida de antaño. Un pequeño río atraviesa la propiedad, aportando su sonido constante, casi musical, como banda sonora natural del parque.
Es viernes por la noche. El frío aprieta, pero a las siete de la tarde —hora de Portugal— Panque no está vacío. Al contrario. Hay visitantes que pasean, familias que se detienen ante las luces y niños que observan con curiosidad cada detalle. En el local social se prepara una cena y la música en vivo comienza a tomar protagonismo. Panque no se detiene, ni siquiera cuando el termómetro baja.
Diario Luso-Galaico conversa con Pinto, ideólogo y fundador de este proyecto singular. No está apartado ni dando órdenes desde la distancia. Está al pie del cañón, organizando, sirviendo y atendiendo a los invitados. “Aquí todo se hace con cariño y amor”, repite, una frase que no suena a eslogan, sino a convicción personal. Hace siete años, DL-G ya estuvo presente en la inauguración del parque. Desde entonces, Panque no ha dejado de crecer, sumando contenidos y atractivos que lo han convertido en un espacio idóneo para visitar en familia.
Ubicado en un punto estratégico del norte de Portugal, Panque se encuentra a solo 9 kilómetros de Ponte de Lima y de Barcelos, a 11 de Viana do Castelo y a 16 de Braga. Una localización privilegiada que explica parte de su éxito, pero no lo justifica todo. “La inversión es grande, pero lo hacemos con amor”, explica Pinto cuando se le pregunta por el despliegue de luces y decoraciones. Detrás del proyecto hay trabajo constante, dedicación y una clara apuesta por ofrecer algo diferente.
Panque no vive solo de la Navidad. En septiembre, el parque se convierte en escenario de otro de sus grandes eventos: la desfollada del maíz, que Pinto define sin titubeos como “la mayor del país”. Una celebración que mezcla tradición y música y que en su última edición reunió a 610 tocadores de concertina y 37 rusgas. El público respondió de forma masiva, con cerca de 10.000 visitantes, una cifra que confirma la capacidad de convocatoria del espacio.
Pinto habla de Panque como “un parque encantado”. Y lo hace con la seguridad de quien sabe que el visitante no llega por casualidad. “Las personas que vienen aquí saben que van a ser recibidas con cariño y amor”, insiste. A las familias les gusta Panque, y en estas fechas navideñas el parque se convierte también en punto de reencuentro para muchos emigrantes que regresan a casa y buscan lugares donde compartir tiempo y recuerdos.
Durante la Navidad, Panque mantiene una programación activa los fines de semana, con espectáculos los viernes y sábados. La climatología no es un obstáculo. El recinto cuenta con un espacio cubierto de 300 metros cuadrados donde se pueden celebrar actuaciones musicales y servir una buena cena, garantizando que la experiencia continúe independientemente del tiempo.
Panque no compite con grandes parques temáticos ni con atracciones tecnológicas. Su fuerza está en lo sencillo, en lo auténtico, en la cercanía. En la combinación de luces, naturaleza, tradición y hospitalidad. Un lugar donde la Navidad se vive sin prisas y donde cada visitante, al marcharse, se lleva algo más que una fotografía: la sensación de haber estado en un sitio hecho desde el corazón.