Siro de Gracia

            Una caricatura es por sí misma una deformación, una representación grotesca, de personas o acontecimientos que se pretenden ridiculizar –o no-. En dibujo o de palabra, hacer el trabajo con gracia noble, con cierta persuasión de pretender que la llamada de atención provoque heridas leves - como la cojera de Gila,  “nada preocupante, solo fruto de un mal fusilamiento”-. Todo se aproxima a la genialidad, como la expresada por Chumy Chumez al levantar a lápiz  un “monumento al padre del hijo desconocido”, o la de Bioy Casares al relatar la escena de la mucama que se excusa de asistir a su señora en domingo porque dice tener “el dormir comprometido”. La elegancia es inteligente y ha de evocar la sonrisa sin hacer reverberar una mala intención. La buena onda es la que reviste a Siro, la que presumieron en distintos órdenes, ámbitos, registros, prestigio y circunstancias, Castelao, Wenceslao Fernández Florez, Julio Camba o Álvaro Cunqueiro, y tantos otros buenos creadores y humoristas de “retranca, boina y Castromil”. También hay que evocar a Quesada en Faro de Vigo, Xosé Lois en La Región, el mismo Forges, de padre gallego, en El País, o Siro en “La Voz de Galicia”.

            En el ahora, las cosas van más allá de la línea que en su día abrieron en el cine español Xan das Bolas, Xan das Canicas; o en la televisión - fundamentalmente en la TVG- y en el teatro, Dorotea Bárcena, Ernesdto Chao, Manuel Manquiña, Antonio Durán “Morris”, Roberto Vilar, Víctor Fábregas, Xosé Touriñán, Cristina Castaño, Teté Delgado, Luis Zahera, Carlos Blanco, Mable Ribera, Víctor Mosqueira, María Castro, Isabel Blanco, Jacobo Pérez o Xosé Cermeño, este último como guionista; o Moncho Borrajo o Luis Piedrahita. No puedo citar a todos, pero cuantos enumero son genios y figuras del humor. Me olvido, por razón de espacio y de memoria, de los periodistas satíricos o del mundo del comic, de la radio o de tantas otras facetas creativas que bien pudieran relacionarse, incluidas las nacidas en la emigración. Perdón y cuatro décadas de abstinencia.

         Nadie sabe tanto de “cuarentenas” como los de Ferrol, antes “de su Excelencia” - como le espetó el pintor Urbano Lugrís al mismísimo Franco-. Cuarenta años es dos veces nada - lo es en el tango “Volver”, repetido-, el mismo tiempo que nos llevó transitar hasta una democracia plural e impura, pero de todos. Será por eso por lo que el departamental Siro López se ha instalado estos días en los pasillos del Parlamento, el de Galicia, para exhibir sus cualidades como polímata - pintor, escritor y periodista, dibujante de humor y caricaturista político, ensayista e investigador-. Será por eso o por lo otro, por la expresión mínima de gratitud y admiración que merece su donación de miles de dibujos al pueblo de Galicia, coincidiendo con 40 años del Estatuto de Autonomía. Es el suyo un símbolo de generosidad y de bonhomía extremos, pero también un ejemplo de lo que un ser racional, nacido para diseñar piezas de barcos, es capaz de llegar a botar en los corredores de la gran casa política de todos.

            El señor López, como le llamaría Berlanga, ha hecho muchas cosas. Se le identificará siempre con su último trabajo como caricaturista genial y columnista en el Grupo Voz, también como creador y guionista del programa radiofónico “Corre Carmela que Chove”. Son hitos en la biografía de un humanista que ha ejercido la libertad con la decisión de hacer aquello que le incluye desde hace mucho entre los grandes y libres comunicadores gallegos.

            Hemos perdido, es cierto, una flota de naves impulsadas al mar “a todo filispín” desde los astilleros de una ciudad diseñada para la Armada y que también gozó de una fábrica de lápices. A cambio hemos sido regalados con pequeños barcos de papel cargados de tinta, con un diario naufragio en sonrisas, con un permanente Siro de Gracia. Nos matan, pero de risa. Estoy seguro de que Miguel Santalices y sus parlamentarios, entre ellos el actual Presidente Alberto Núñez Feijoo, adquirieron una competencia nueva para el Estatuto: la de hacernos sonreír. La necesitamos.

Alberto Barciela

Periodista