domingo. 28.04.2024

Antón Lamazares habita la república real del arte y, por un tiempo ese monasterio de geometrías blancas del extraordinario Álvaro Siza, llamado Centro Gallego de Arte Contemporánea. El mundo se modera por un momento, y uno siente como se aclimata a una realidad deseable, pacífica, gozable, como si las piedras inexistentes se fuesen esculpiendo en el roce diario del bolsillo del monje, tras pasear una vida de 70 años, resumidos en cincuenta de creación sublime.

Antón Lamazares es un polímata laninense, un anacoreta de taller, un mago de las formas y los colores, un evolutivo genial, con personalidad formada y reflexiva, y un ser humano sensible y exigente, con una trayectoria en la que se aglutinan siglos de saberes adquirido con la lectura y media centuria de expresión en la que se han ido agregando las iluminaciones de cada día. Él y sus logros representan un viaje por el tiempo sin improvisaciones, sin pérdidas y la demostración evidente de un trayectoria de superación esfuerzo, estudio, investigación, estudio, hallazgos y concreciones.

El “Lamazarismo” es una filosofía emanada de un camino de profundas huellas, de etapas perfectamente identificables, de observaciones, de requiebros, de reinterpretaciones, de encuentros y desencuentros con materiales, texturas, estéticas y cromatismos, variadas pero siempre reconocibles, fruto de una coherencia, de un convencimiento, de un proceso, de una transformación consecuente del autor y de su obra, insertos en un estilo definible, genuino. Todo eso se evidencia en la concordancia de 230 obras con las que, por segunda vez en la historia, y tras la de inauguración del espacio con obras de Maruja Mallo, en 1993, comisariada por Pilar Corredoira, bajo la Presidencia de Manuel Fraga, se abarca el conjunto de los espacios de CGAC, en un trabajo excelso de Antonio Gonçalves, que como Siza es una eminencia mundial nacida en el hermano y querido Portugal.

Entre Maceira, en Lalín, y Nueva York o Berlín o Madrid, entre la aldea y la gran urbe, entre el más acá y el más allá, entre la infancia y la madurez, entre lo irónico y el exabrupto, existe la aparente misma distancia. En el caso de Antón Lamazares, tengo la impresión de que todo lo otea desde la altura de lo introspectivo, de lo percibido, y lo refleja con la curiosidad y el convencimiento de quien ha entendido primero el silencio, lo mágico, el espíritu, y lo incorpora tras procesarlo a su imaginario y acaba por elevar sus conclusiones a la materialidad para ofrecerlo en el barullo del ágora -no del mercadillo del confuso ahora, sino al genuino-, como un síntesis de lo infinito y mortal, de lo local y universal, de la naturaleza tangible y de la imaginada, de lo propio y de lo trascendente, de la vida y de la muerte. Todo semeja, repito, una filosofía proclamada desde un viso, desde una altura en la que se descubre una verdad que se ve plasmada en superficies lisas o tersas, o se rompe en materiales con la fuerza de una tempestad, o intenta jugar con riesgo, como un experimento que no es tal. Todo se presentan a la vista con una especial interpretación de color que juega con la reflexión de la luz. Poesía elevada que se enmarca en sí misma.

El “Lamazarismo” es obra de un vidente, de un ser de excesos, de un bárbaro galante, dotado de discernimiento, lucidez, perspicacia, sagacidad, agudeza, intuición, vista, olfato, talento, perspicuidad, claridad, inteligibilidad, evidencia, comprensibilidad, de un lalinense mundano de capa y pincel, de un alumno de Laxeiro - al que homenajeó de nuevo al inaugurar un 23-F, día del cumpleaños del maestro-.

Antón Lamazares semeja un monje poeta, un filósofo anacoreta. Al menos yo lo entiendo así, así lo percibo, y con la distancia física e intelectual que pueda separarnos o encontrarnos, siempre me sorprende con su imposibilidad de inadvertencia, aun cuando logra moderar, callar dirían otros, las exigencias de su mente y de sus capacidades intelectuales, o se manifiesta en su estrambótico y maravilloso Alfabeto Delfín.

Alberto Barciela

Periodista

Antón Lamazares en el CGAC, un creador polímata en 70 x 50 años
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