sábado. 20.04.2024

RELATOS DE VERANO: En un lugar de Asia

"Desde la ventana del hotel donde nos hospedamos, mi compañero y yo, podíamos ver y sentir auditivamente la copiosa lluvia. Esperábamos que al día siguiente amainara, para así tener la posibilidad de despegar sin contratiempos. Dejar la comodidad de Europa, para adentrarnos en un mundo predominantemente islámico, era ya un desafío. Nuestro próximo destino era según la ruta: Irák".

Fue un día de primavera, cuando recibimos la orden de partir en misión de exhibición de material bélico, a algunos países asiáticos. En realidad, eran específicamente aviones de combate. Habíamos estado en Hamburgo la semana pasada y también en la Feria de Aeronáutica, en Gran Bretaña. Tuvimos una semana intensa y llena de emociones, ya que pudimos mostrar también, todas nuestras destrezas como pilotos.

Desde la ventana del hotel donde nos hospedamos, mi compañero y yo, podíamos ver y sentir auditivamente la copiosa lluvia. Esperábamos que al día siguiente amainara, para así tener la posibilidad de despegar sin contratiempos. Dejar la comodidad de Europa, para adentrarnos en un mundo predominantemente islámico, era ya un desafío. Nuestro próximo destino era según la ruta: Irák.

A la mañana siguiente, Ángel y yo, luego de vestir nuestros impecables uniformes y tomar un contundente desayuno inglés, nos dirigimos a la zona de los hangares dentro del aeropuerto. Nos despedimos, y cada uno tomó su respectivo monoplaza de combate táctico bimotor, que tan orgullosamente pilotábamos.

Esta joyita de la aeronáutica era un avión de combate de gran maniobrabilidad y versatilidad. La sensación adquirida al estar en su cabina era como la de un guante a la mano. Calzaba a la perfección con mi espíritu dinámico.  Mi semblante adquiría un encanto especial, como el de un músico que ha dominado su instrumento, que no necesita forzarlo cuando es conocido a la perfección.

Una vez ya bien acomodado en su asiento, activando la marcha, podía sentir los poderosos ronroneos del motor que, al arrancar, viajaban acorde a la velocidad adquirida. Minutos después de despegar, siempre me llegaba el siguiente mensaje:

  • ¡Buen viaje, Bandolero! -    Era la voz de mi compañero, que me seguía a corta distancia.
  • ¡Buen viaje, Aguilucho! -   Le respondía yo, siguiendo el mismo ritual.

Mas tarde, la noche comenzaba a caer. Los últimos rayos de sol despedían el día y la visión de Venus al atardecer, se hacía presente. Pronto llegaríamos a nuestro destino.

Al aterrizar, después de sacarnos los cascos, nos juntamos para dirigirnos hacia la sala vip, donde nos estarían esperando para llevarnos al hotel, en el que nos hospedaríamos solamente por dos días. El lugar era cómodo y el flujo de pasajeros escaso. Simplemente queríamos poder descansar, ya que al día siguiente nos esperaba una reunión con los altos mandos del ejercito y la aviación. Se nos invitaba a una comida. El agasajo, según lo que nos informaron, se estaba preparando en un salón de la fuerza aérea.

Al día siguiente, no tardamos mucho en conseguir un auto que nos transportara al lugar. El calor al mediodía se hacía sentir con fuerza. No estábamos acostumbrados a tan altas temperaturas y se nos hacía desagradable el vaho caliente que subía desde el suelo, en las calles. Después de viajar en coche alrededor de media hora, con un tráfico más bien desordenado, llegamos al recinto. Una palmera que batía sus enormes hojas al viento nos daba la bienvenida al lugar. Su solitaria figura, era como un sello personal. Después de saludar al portero, nos dirigimos a la entrada del edificio. Era lunes y todo parecía fluir con dinamismo y normalidad. Si las cosas salían bien, el miércoles estaríamos de regreso en nuestro país.

Por supuesto, todos los invitados a la comida llegaron uniformados. Nosotros no quisimos dejar nuestras gorras en la entrada, ya que el calor nos impelía a usarlas para abanicarnos. Nos invitaron a sentarnos a la mesa. Éramos al menos unas veinte personas en total. Las ventanas estaban abiertas y un aire caliente circulaba despacio por doquier. Mi inglés no era muy bueno, pero el de mi amigo salvaba la situación. Pasado algunos minutos nos trajeron la comida. En esa localidad se sirven todos los platos al mismo tiempo. El platillo principal era un Masgouf (pescado a la plancha). Lo impensable era lo que iba a suceder después… Un ejército de moscas que sobrevolaba la mesa se fue posando sobre la comida, cubriendo especialmente el pescado. Manchas negras sobresalían por todo el espacio de las fuentes con alimentos.  Mi amigo y yo, después de mirarnos con estupor, procedimos con mucho sigilo y a ratos, a batir nuestras gorras de lado a lado para espantarlas. No queríamos ofender a nuestros anfitriones, pero al mismo tiempo, tampoco podíamos ni siquiera pensar en enfermarnos, ya que al día siguiente teníamos que cumplir con nuestra misión: la de mostrar las habilidades de nuestros aviones de combate. No se me ocurrió nada mejor que poder complementar la comida con un trago alcohólico, para así eventualmente, evitar alguna infección. En la mesa sólo había agua. Le dije a mi amigo que pidiera vino al delegado que estaba más cerca. El oficial lo miró con extrañeza… ¡Claro! en esas latitudes, por motivos religiosos, no tenían vino ni licor alguno, para beber…

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